Page 248 - BORGES INTERACTIVO
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                       Ascasubi peleó en Ituzaingó, defendió las trincheras de Montevideo, peleó en Cepeda,
               y dejó en versos resplandecientes sus días. No hay el arrastre de destino en sus líneas que hay

               en el Martín Fierro; hay esa despreocupada, dura inocencia de los hombres de acción, huéspe-

               des continuos de la aventura y nunca del asombro. Hay también su buena zafaduría, porque su

               destino era la guitarra insolente del compadrito y los fogones de la tropa. Hay asimismo (virtud

               correlativa de ese vicio y también popular) la felicidad prosódica: el verso baladí que por la sola

               entonación ya está bien.

                       De los muchos seudónimos de Ascasubi, Aniceto el Gallo fue el más famoso; acaso el

               menos agraciado, también. Estanislao del Campo, que lo imitaba, eligió el de Anastasio el Po-

               llo. Ese nombre ha quedado vinculado a una obra celebérrima: el Fausto. Es sabido el origen
               de ese afortunado ejercicio; Groussac, no sin alguna inevitable perfidia, lo ha referido así:

                       “Estanislao del Campo, oficial mayor del gobierno provincial, tenía ya despachados sin

               gran estruendo muchos expedientes en versos de cualquier metro y jaez, cuando por agosto

               del 66, asistiendo a una exhibición del Fausto de Gounod en el Colón, ocurrióle fingir, en-

               tre los espectadores del paraíso, al gaucho Anastasio, quien luego refería a un aparcero sus

               impresiones, interpretando a su modo las fantásticas escenas. Con un poco de vista gorda al

               argumento, la parodia resultaba divertidísima, y recuerdo que yo mismo festejé en la Revista
               Argentina la reducción para guitarra, de la aplaudida partitura... Todo se juntaba para el éxito; la

               boga extraordinaria de la ópera, recién estrenada en Buenos Aires; el sesgo cómico del ‘pato’

               entre el diablo y el doctor, el cual, así parodiado, retrotraía el drama, muy por encima del poe-

               ma de Goethe, hasta sus orígenes populares y medievales; el sonsonete fácil de las redondillas,

               en que el trémolo sentimental alternaba diestramente con los puñados de sal gruesa; por fin,

               en aquellos años de criollismo triunfante, el sabor a mate cimarrón del diálogo gauchesco, en











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