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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 245
Lo escénico otra vez, otra vez la fruición de contemplar. En esa inclinación está para mí la sin-
gularidad de Ascasubi, no en las virtudes de su ira unitaria, destacada por Oyuela y por Rojas.
Éste (Obras, IX, pág 671) imagina la desazón que sus payadas bárbaras produjeron, sin duda,
en don Juan Manuel y recuerda el asesinato, dentro de la plaza sitiada de Montevideo, de Flo-
rencio Várela. El caso es incomparable: Várela, fundador y redactor de El Comercio del Plata,
era persona internacionalmente visible; Ascasubi, payador incesante, se reducía a improvisar
los versos caseros del lento y vivo truco del sitio.
Ascasubi, en la bélica Montevideo, cantó un odio feliz. El facit indignatio versum de Juve-
nal no nos dice la razón de su estilo; tajeador a más no poder, pero tan desaforado y cómodo
en las injurias que parece una diversión o una fiesta, un gusto de vistear. Eso deja entrever una
suficiente décima de 1849 (Paulino Lucero, pág. 336):
Señor patrón, allá va
esa carta ¡de mi flor!
con la que al Restaurador
le retruco desde acá.
Si usté la lé, encontrará
a lo último del papel
cosas de que nuestro aquel
allá también se reirá;
porque a decir la verdá
es gaucho don Juan Manuel.
Pero contra ese mismo Rosas, tan gaucho, moviliza bailes que parecen evolucionar como
ejércitos. Vuelva a serpear y a resonar esta primera vuelta de su media caña del campo, para
los libres:
Universidad Autónoma de Chiapas