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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      145





















                HISTORIA DEL TANGO



           Vicente Rossi, Carlos Vega y Carlos Muzzio Sáenz Peña, investigadores puntuales, han histo-

           riado de diversa manera el origen del tango. Nada me cuesta declarar que suscribo a todas

           sus conclusiones, y aun a cualquier otra. Hay una historia del destino del tango, que el cine-

           matógrafo periódicamente divulga; el tango, según esa versión sentimental, habría nacido en el

           suburbio, en los conventillos (en la Boca del Riachuelo, generalmente, por las virtudes fotográ-

           ficas de esa zona); el patriciado lo habría rechazado, al principio; hacia 1910, adoctrinado por

           el buen ejemplo de París, habría franqueado finalmente sus puertas a ese interesante orillero.
           Ese Bildungsrornan, esa “novela de un joven pobre”, es ya una especie de verdad inconcusa o

           de axioma; mis recuerdos (y he cumplido los cincuenta años) y las indagaciones de naturaleza

           oral que he emprendido, ciertamente no la confirman.

                He conversado con José Saborido, autor de Felicia y de La morocha, con Ernesto Poncio,

           autor de Don Juan, con los hermanos de Vicente Greco, autor de La viruta y de La Tablada,

           con Nicolás Paredes, caudillo que fue de Palermo, y con algún payador de su relación. Los

           dejé hablar; cuidadosamente me abstuve de formular preguntas que sugirieran determinadas

           contestaciones. Interrogados sobre la procedencia del tango, la topografía y aun la geografía

           de sus informes era singularmente diversa: Saborido (que era oriental) prefirió una cuna mon-










                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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