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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 61
EL SUR
El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y
era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario
de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo
materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la fron-
tera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan
Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o
de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado,
una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro,
los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca os-
tentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estan-
cia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los
eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso
la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta
de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la
llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.
Universidad Autónoma de Chiapas