Page 63 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ       63






           de su destino. Las miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían
           dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le dijo que estaba

           reponiéndose y que, muy pronto, podría ir a convalecer a la estancia. Increíblemente, el día

           prometido llegó.

                A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al

           sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera

           frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su

           destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido

           ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas

           como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segun-
           dos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas

           diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.

                Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que

           ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y

           más firme. Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador,

           el arco de la puerta, el zaguán, el íntimo patio.

                En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que
           en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que

           se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dor-

           mido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado

           en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que

           estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión,

           y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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