Page 65 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 65
También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura
y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba
hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos.
Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo
desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y
Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo
distrajo el inspector, que al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de
siempre sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (El hombre añadió
una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de oír, porque el mecanismo
de los hechos no le importaba).
El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vías que-
daba la estación, que era poco más que un andén con un cobertizo. Ningún vehículo tenían,
pero el jefe opinó que tal vez pudiera conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez,
doce, cuadras.
Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol,
pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche.
Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspi-
rando con grave felicidad el olor del trébol.
El almacén, alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese
color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una
vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque había unos caballos. Dahlmam, adentro,
creyó reconocer al patrón; luego comprendió que lo había engañado su parecido con uno
de los empleados del sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera;
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