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               al absurdo un museo de primores, divinamente destinado a salvar del olvido las locuciones
               zurriburi, abarrisco, cochite hervite, quítame allá esas pajas y a trochimoche.

                    Quevedo ha sido equiparado, más de una vez, a Luciano de Samosata. Hay una dife-

               rencia fundamental: Luciano al combatir en el siglo II a las divinidades olímpicas, hace obra de

               polémica religiosa; Quevedo, al repetir ese ataque en el siglo XVI de nuestra era, se limita a

               observar una tradición literaria.

                    Examinada, siquiera brevemente, su prosa, paso a discutir su poesía, no menos múltiple.

                    Considerados como documentos de una pasión, los poemas eróticos de Quevedo son

               insatisfactorios; considerados como juegos de hipérboles, como deliberados ejercicios de pe-

               trarquismo, suelen ser admirables. Quevedo, hombre de apetitos vehementes, no dejó nunca
               de aspirar al ascetismo estoico; también debió de parecerle insensato depender de mujeres

               (“aquél es avisado, que usa de sus caricias y no se fía de éstas”); bastan esos motivos para

               explicar la artificialidad voluntaria de aquella Musa IV de su Parnaso, que “canta hazañas del

               amor y de la hermosura”. El acento personal de Quevedo está en otras piezas; en las que le

               permiten publicar su melancolía, su coraje o su desengaño. Por ejemplo, en este soneto que

               envió, desde su Torre de Juan Abad, a don José de Salas (Musa, II, 109):

                                Retirado en la paz de estos desiertos

                                con pocos, pero doctos libros juntos,

                                vivo en conversación con los difuntos
                                y escucho con mis ojos a los muertos.


                                Si no siempre entendidos, siempre abiertos,

                                o enmiendan o secundan mis asuntos,
                                y en músicos, callados contrapuntos

                                al sueño de la vida hablan despiertos.








                             Universidad Autónoma de Chiapas
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