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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      223






           amor de la Ballena Blanca; Franz Kafka, sus crecientes y sórdidos laberintos. No hay escritor
           de fama universal que no haya amonedado un símbolo; éste, conviene recordar, no siempre

           es objetivo y externo. Góngora o Mallarmé, verbigracia, perduran como el escritor que labo-

           riosamente forja una obra secreta; Whitman, como protagonista semidivino de Leaves of grass.

           De Quevedo, en cambio, sólo perdura una imagen caricatural. “El más noble estilista español

           se ha transformado en un prototipo chascarrillero”, observa Leopoldo Lugones (El imperio

           jesuítico, 1904, pág. 59).

                Lamb dijo que Edmund Spenser era the poet’s poet, el poeta de los poetas. De Quevedo

           habría que resignarse a decir que es el literato de los literatos. Para gustar de Quevedo hay

           que ser (en acto o en potencia) un hombre de letras; inversamente, nadie que tenga vocación
           literaria puede no gustar de Quevedo.

                La grandeza de Quevedo es verbal. Juzgarlo un filósofo, un teólogo o (como quiere Au-

           reliano Fernández Guerra) un hombre de estado, es un error que pueden consentir los títulos

           de sus obras, no el contenido. Su tratado Providencia de Dios, padecida de los que la niegan y

           gozada de los que la confiesan; doctrina estudiada en los gusanos y persecuciones de Job prefiere

           la intimidación al razonamiento. Como Cicerón (De natura deorum, II, 40—44), prueba un

           orden divino mediante el orden que se observa en los astros, “dilatada república de luces”, y,
           despachada esa variación estelar del argumento cosmológico, agrega: “Pocos fueron los que

           absolutamente negaron que había Dios; sacaré a la vergüenza los que tuvieron menos, y son:

           Diágoras milesio, Protágoras abderites, discípulos de Demócrito y Theodoro (llamado Atheo

           vulgarmente), y Bión borysthenites, discípulo del inmundo y desatinado Theodoro”, lo cual es

           mero terrorismo. Hay en la historia de la filosofía doctrinas probablemente falsas, que ejercen

           un oscuro encanto sobre la imaginación de los hombres: la doctrina platónica y pitagórica del











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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