Page 224 - BORGES INTERACTIVO
P. 224

224                                 BORGES INTERACTIVO






               tránsito del alma por muchos cuerpos, la doctrina gnóstica de que el mundo es obra de un dios
               hostil y rudimentario. Quevedo, sólo estudioso de la verdad, es invulnerable a ese encanto.

               Escribe que la transmigración de las almas es “bobería bestial” y “locura bruta”. Empédocles de

               Agrigento afirmó: “He sido un niño, una muchacha, una mata, un pájaro y un mudo pez que

               surge del mar”; Quevedo anota (Providencia de Dios): “Descubrióse por juez y legislador desta

               tropelía Empédocles, hombre tan desatinado, que afirmando que había sido pez, se mudo en

               tan contraria y opuesta naturaleza que murió mariposa del Etna; y a vista del mar, de quien

               había sido pueblo, se precipitó en el fuego.” A los gnósticos, Quevedo los moteja de infames,

               de malditos, de locos y de inventores de disparates (Zahúrdas de Plutón, in fine).

                    Su Política de Dios y gobierno de Cristo nuestro Señor debe considerarse, según Aureliano
               Fernández Guerra, “como un sistema completo de gobierno, el más acertado, noble y con-

               veniente”. Para estimar ese dictamen en lo que vale, bástenos recordar que los cuarenta y

               siete capítulos de ese libro ignoran otro fundamento que la curiosa hipótesis de que los actos

               y palabras de Cristo (que fue, según es fama, Rex Judaeorum) son símbolos secretos a cuya luz

               el político tiene que resolver su problema. Fiel a esa cábala, Quevedo, extrae del episodio de

               la samaritana, que los tributos que los reyes exigen deben ser leves; del episodio de los panes

               y de los peces, que los reyes deben remediar las necesidades; de la repetición de la fórmu-
               la sequebantur, que “el rey ha de llevar tras de sí los ministros, no los ministros al rey”… El

               asombro vacila entre lo arbitrario del método y la trivialidad de las conclusiones. Quevedo, sin

               embargo, todo lo salva, o casi, con la dignidad del lenguaje.  El lector distraído puede juzgarse
                                                                             1


               1. Reyes certeramente observa (Capítulos de literatura española, 1939, pág. 133): “Las obras políticas de Quevedo no propo-
               nen una nueva interpretación de los valores políticos, ni tienen ya más que un valor retórico… O son panfletos de oportunidad,
               o son obras de declamación académica. La Política de Dios, a pesar de su ambiciosa apariencia, no es más que un alegato contra
               los malos ministros, Pero entre estas páginas pueden encontrarse algunos de los rasgos más propios de Quevedo”.










                             Universidad Autónoma de Chiapas
   219   220   221   222   223   224   225   226   227   228   229