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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 221
sicista, según el cual esa pluralidad importa muy poco. Para las mentes clásicas, la literatura es
lo esencial, no los individuos. George Moore y James Joyce han incorporado en sus obras, pá-
ginas y sentencias ajenas; Oscar Wilde solía regalar argumentos para que otros los ejecutaran;
ambas conductas, aunque superficialmente contrarias, pueden evidenciar un mismo sentido
del arte. Un sentido ecuménico, impersonal… Otro testigo de la unidad profunda del Verbo,
otro negador de los límites del sujeto, fue el insigne Ben Jonson, que empeñado en la tarea
de formular su testamento literario y los dictámenes propicios o adversos que sus contem-
poráneos le merecían, se redujo a ensamblar fragmentos de Séneca, de Quintiliano, de Justo
Lipsio, de Vives, de Erasmo, de Maquiavelo, de Bacon y de los dos Escalígeros.
Una observación última. Quienes minuciosamente copian a un escritor, lo hacen im-
personalmente, lo hacen porque confunden a ese escritor con la literatura, lo hacen porque
sospechan que apartarse de él en un punto es apartarse de la razón y de la ortodoxia. Duran-
te muchos años, yo creí que la casi infinita literatura estaba en un hombre. Ese hombre fue
Carlyle, fue Johannes Becher, fue Whitman, fue Rafael Cansinos Asséns, fue De Quincey.
Universidad Autónoma de Chiapas