Page 240 - BORGES INTERACTIVO
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               el que menos responde a una tradición. El arte, siempre, opta por lo individual, lo concreto;
               el arte no es platónico.

                       Emprendo, ahora, el examen sucesivo de los poetas.

               El iniciador, el Adán, es Bartolomé Hidalgo, montevideano. La circunstancia de que en 1810

               fuebarbero parece haber fascinado a la crítica; Lugones, que lo censura, estampa la voz “ra-

               pabarbas”; Rojas, que lo pondera, no se resigna a prescindir de “rapista”. Lo hace, de una

               plumada, payador, y lo describe en forma ascendente, con acopio de rasgos minuciosos e

               imaginarios: “vestido el chiripá sobre su calzoncillo abierto en cribas; calzadas las espuelas en

               la bota sobada del caballero gaucho; abierta sobre el pecho la camiseta oscura, henchida por

               el viento de las pampas; alzada sobre la frente el ala del chambergo, como si fuera siempre
               galopando la tierra natal; ennoblecida la cara barbuda por su ojo experto en las baquías de la

               inmensidad y de la gloria”. Harto más memorables que esas licencias de la iconografía, y la

               sastrería, me parecen dos circunstancias, también registradas por Rojas: el hecho de que Hi-

               dalgo fue un soldado, el hecho de que, antes de inventar al capataz Jacinto Chano y al gaucho

               Ramón Contreras, abundó —disciplina singular en un payador— en sonetos y en odas ende-

               casílabas. Carlos Roxlo juzga que las composiciones rurales de Hidalgo “no han sido superadas

               aún por ninguno de los que han descollado, imitándolo”. Yo pienso lo contrario; pienso que
               ha sido superado por muchos y que sus diálogos, ahora, lindan con el olvido. Pienso también

               que su paradójica gloria radica en esa dilatada y diversa superación filial. Hidalgo sobrevive en

               los otros, Hidalgo es de algún modo los otros. En mi corta experiencia de narrador, he com-

               probado que saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir una entonación,

               una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino. Bartolomé Hidalgo descubre la

               entonación del gaucho; eso es mucho. No repetiré líneas suyas; inevitablemente incurriríamos











                             Universidad Autónoma de Chiapas
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