Page 241 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 241
en el anacronismo de condenarlas, usando como canon las de sus continuadores famosos.
Básteme recordar que en las ajenas melodías que oiremos está la voz de Hidalgo, inmortal,
secreta y modesta.
Hidalgo falleció oscuramente de una enfermedad pulmonar, en el pueblo de Morón,
hacia 1823. Hacia 1841, en Montevideo, rompió a cantar, multiplicado en insolentes seudó-
nimos, el cordobés Hilario Ascasubi. El porvenir no ha sido piadoso con él, ni siquiera justo.
Ascasubi, en vida, fue el “Béranger del Río de la Plata”; muerto, es un precursor borroso de
Hernández. Ambas definiciones, como se ve, lo traducen en mero borrador —erróneo ya
en el tiempo, ya en el espacio— de otro destino humano. La primera, la contemporánea, no
le hizo mal: quienes la apadrinaban no carecían de una directa noción de quién era Ascasu-
bi, y de una suficiente noticia de quién era el francés; ahora, los dos conocimientos ralean.
La honesta gloria de Béranger ha declinado, aunque dispone todavía de tres columnas en
la Encyclopaedia Britannica, firmadas por nadie menos que Stevenson; y la de Ascasubi...
La segunda, la de premonición o aviso del Martín Fierro, es una insensatez: es accidental el
parecido de las dos obras, nulo el de sus propósitos. El motivo de esa atribución errónea es
curioso. Agotada la edición príncipe de Ascasubi de 1872 y rarísima en librería la de 1900, la
empresa La Cultura Argentina quiso facilitar al público alguna de sus obras. Razones de largura
y de seriedad eligieron el Santos Vega, impenetrable sucesión de trece mil versos, de siempre
acometida y siempre postergada lectura. La gente, fastidiada, ahuyentada, tuvo que recurrir a
ese respetuoso sinónimo de la incapacidad meritoria: el concepto de precursor. Pensarlo pre-
cursor de su declarado discípulo, Estanislao del Campo, era demasiado evidente; resolvieron
emparentarlo con José Hernández. El proyecto adolecía de esta molestia, que razonaremos
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