Page 239 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      239






           género que la pampa y que las cuchillas fue el carácter urbano de Buenos Aires y de Monte-
           video. Las guerras de la Independencia, la guerra del Brasil, las guerras anárquicas, hicieron

           que hombres de cultura civil se compenetraran con el gauchaje; de la azarosa conjunción de

           esos dos estilos vitales, del asombro que uno produjo en otro, nació la literatura gauchesca.

           Denostar (algunos lo han hecho) a Juan Cruz Várela o a Francisco Acuña de Figueroa por no

           haber ejercido, o inventado, esa literatura, es una necedad; sin las humanidades que represen-

           tan sus odas y paráfrasis, Martín Fierro, en una pulpería de la frontera, no hubiera asesinado,

           cincuenta años después, al moreno. Tan dilatado y tan incalculable es el arte, tan secreto su

           juego. Tachar de artificial o de inveraz a la literatura gauchesca porque ésta no es obra de gau-

           chos, sería pedantesco y ridículo; sin embargo, no hay cultivador de ese género que no haya
           sido alguna vez, por su generación o las venideras, acusado de falsedad. Así, para Lugones, el

           Aniceto de Ascasubi “es un pobre diablo, mezcla de filosofastro y de zumbón”; para Vicente

           Rossi, los protagonistas del Fausto son “dos chacareros chupistas y charlatanes”; Vizcacha, “un

           mensual anciano, maniático”; Fierro, “un fraile federal—oribista con barba y chiripá”. Tales

           definiciones, claro está, son meras curiosidades de la inventiva; su débil y remota justificación

           es que todo gaucho de la literatura (todo personaje de la literatura) es, de alguna manera, el

           literato que lo ideó. Se ha repetido que los héroes de Shakespeare son independientes de
           Shakespeare; para Bernard Shaw, sin embargo, “Macbeth es la tragedia del hombre de letras

           moderno, como asesino y cliente de brujas”... Sobre la mayor o menor autenticidad de los

           gauchos escritos, cabe observar, tal vez, que para casi todos nosotros, el gaucho es un objeto

           ideal, prototípico. De ahí un dilema: si la figura que el autor nos propone se ajusta con rigor a

           ese prototipo, la juzgamos trillada y convencional; si difiere, nos sentimos burlados y defrauda-

           dos. Ya veremos después que de todos los héroes de esa poesía, Fierro es el más individual,











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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