Page 261 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 261
El tema, entiendo, no es la miserable edad de oro que nosotros percibiríamos; es la destitu-
ción del narrador, su presente nostalgia.
Rojas sólo deja lugar en el porvenir para el estudio filológico del poema —vale decir, para
una discusión melancólica sobre la palabra contra o contramilla, más adecuada a la infinita du-
ración del Infierno que al plazo relativamente efímero de nuestra vida. En ese particular, como
en todos, una deliberada subordinación del color local es típica de Martín Fierro. Comparado
con el de los “precursores”, su léxico parece rehuir los rasgos diferenciales del lenguaje del
campo, y solicitar el sermo plebeius común. Recuerdo que de chico pudo sorprenderme su
sencillez, y que me pareció de compadre criollo, no de paisano. El Fausto era mi norma de
habla rural. Ahora —con algún conocimiento de la campaña— el predominio del soberbio
cuchillero de pulpería sobre el paisano reservado y solícito, me parece evidente, no tanto por
el léxico manejado, cuanto por las repetidas bravatas y el acento agresivo.
Otro recurso para descuidar el poema lo ofrecen los proverbios. Esas lástimas —según
las califica definitivamente Lugones— han sido consideradas más de una vez parte sustantiva
del libro. Inferir la ética del Martín Fierro, no de los destinos que presenta, sino de los mecá-
nicos dicharachos hereditarios que estorban su decurso, o de las moralidades foráneas que lo
epilogan, es una distracción que sólo la reverencia de lo tradicional pudo recomendar. Prefiero
ver en esas prédicas, meras verosimilitudes o marcas del estilo directo. Creer en su valor no-
minal es obligarse infinitamente a contradicción. Así, en el canto VII de La ida ocurre esta copla
que lo significa entero al paisano:
Limpié el facón en los pastos,
desaté mi redomón,
monté despacio, y salí
al tranco pa el cañadón.
Universidad Autónoma de Chiapas