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               ca, o gran Memoria, que late bajo las mentes individuales; cabría comparar esos símbolos con
               los ulteriores arquetipos de Jung. Barbusse, en L‘enfer, libro olvidado con injusticia, evitó (trató

               de evitar) las limitaciones del tiempo mediante el relato poético de los actos fundamentales del

               hombre; Joyce, en Finnegans Wake, mediante la simultánea presentación de rasgos de épocas

               distintas. El deliberado manejo de anacronismos, para forjar una apariencia de eternidad, tam-

               bién ha sido practicado por Pound y por T. S. Eliot.

                       He recordado algunos procedimientos; ninguno más curioso que el ejercido, en 1855,

               por Whitman. Antes de considerarlo, quiero transcribir unas opiniones que más o menos

               prefiguran lo que diré. La primera es la del poeta inglés Lascelles Abercrombie. “Whitman —

               leemos— extrajo de su noble experiencia esa figura vivida y personal que es una de las pocas
               cosas grandes de la literatura moderna: la figura de él mismo.” La segunda es de Sir Edmund

               Gosse: “No hay un Walt Whitman verdadero... Whitman es la literatura en estado de proto-

               plasma: un organismo intelectual tan sencillo que se limita a reflejar a cuantos se aproximan a

               él”. La tercera es mía.  “Casi todo lo escrito sobre Whitman está falseado por dos intermina-
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               bles errores. Uno es la sumaria identificación de Whitman, hombre de letras, con Whitman,

               héroe semidivino de Leaves of Grass como don Quijote lo es del Quijote; otro, la insensata

               adopción del estilo y vocabulario de sus poemas, vale decir, del mismo sorprendente fenóme-
               no que se quiere explicar.”

                       Imaginemos que una biografía de Ulises (basada en testimonios de Agamenón, de Laer-

               tes, de Polifemo, de Calipso, de Penélope, de Telémaco, del porquero, de Escila y Caribdis)

               indicara que éste nunca salió de Ítaca. La decepción que nos causaría ese libro, felizmente

               hipotético, es la que causan todas las biografías de Whitman. Pasar del orbe paradisíaco de


               1. En esta edición, p. 206.










                             Universidad Autónoma de Chiapas
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