Page 271 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      271






           sus versos a la insípida crónica de sus días es una transición melancólica. Paradójicamente, esa
           melancolía inevitable se agrava cuando el biógrafo quiere disimular que hay dos Whitman: el

           “amistoso y elocuente salvaje” de Leaves of Grass y el pobre literato que lo inventó.  Éste jamás
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           estuvo en California o en Platte Cañón; aquél improvisa un apostrofe en el segundo de esos

           lugares (“Spirit that formed this scene”) y ha sido minero en el otro (“Starting from Paumanok”,

           1). Éste, en 1859, estaba en Nueva York; aquél, el dos de diciembre de ese año, asistió en

           Virginia a la ejecución del viejo abolicionista John Brown (“Year of meteors”). Éste nació en

           Long Island; aquél también (“Starting from Paumanok”), pero asimismo en uno de los estados

           del Sur (“Longings for home”). Éste fue casto, reservado y más bien taciturno; aquél efusivo y

           orgiástico. Multiplicar esas discordias es fácil; más importante es comprender que el mero va-
           gabundo feliz que proponen los versos de Leaves of Grass hubiera sido incapaz de escribirlos.

                   Byron y Baudelaire dramatizaron, en ilustres volúmenes, sus desdichas; Whitman, su

           felicidad. (Treinta años después, en Sils Maria, Nietzsche descubriría a Zarathustra; ese pe-

           dagogo es feliz, o, en todo caso, recomienda la felicidad, pero tiene el defecto de no existir.)

           Otros héroes románticos —Vathek es el primero de la serie, Edmond Teste no es el último—

           prolijamente acentúan sus diferencias; Whitman, con impetuosa humildad, quiere parecerse

           a todos los hombres. Leaves of Grass, advierte, “es el canto de un gran individuo colectivo,
           popular, varón o mujer” (Complete Writings, V, 192). O, inmortalmente (“Song of Myself”, 17):



                Éstos son en verdad los pensamientos de todos los

                Hombres en todos los lugares y épocas; no son originales míos.
                Si son menos tuyos que míos, son nada o casi nada.



           2. Reconocen muy bien esa diferencia Henry Seidel Canby (Walt Whitman, 1943) y Mark Van Doren en la antología de la Viking
           Press (1945). Nadie más, que yo sepa.










                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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