Page 406 - BORGES INTERACTIVO
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Aunque he de concentrarme en el Borges de este período, nuestra amistad duró, con al-
tibajos, hasta los últimos días de 1985. En noviembre de ese año lo vi por última vez, antes de
irse de Buenos Aires a dar la forma final a su vida, cerrar el círculo, rubricar su destino y morir.
La tarea no es fácil; demasiadas cosas de mi juventud están implicadas en ese período que
va de 1945 a 1952. Me veré forzada a referirme a hechos que tal vez parezcan desagradables
o indiscretos. Todos somos entidades cerradas, sólo podemos adivinar a los sólo podemos
adivinar a los otros y, por lo general, vemos en ellos lo que queremos ver
Borges ha dado claves para penetrar en el laberinto que era su carácter. Una es El Aleph;
otra, El Zahír; otra, La escritura del dios, que inventó una mañana que estábamos en el Jardín
Zoológico, junto a una jaula, contemplando el paseo continuo, desesperado, detrás de las re-
jas, de un magnífico tigre de Bengala. Hay otras claves (Funes el Memorioso, El Sur, La intrusa,
etc.) que comentaré reiteradamente en este estudio. La clave de estas claves son dos o tres
de las cartas que me escribió.
Cuando se publicó El Aleph, yo lo comenté en una revista (Sur). Allí me refería yo a un
estado de ánimo místico; a él le gustó el comentario. El agnóstico Borges no era un místico,
por supuesto, pero sí una persona capaz de momentos místicos.
Muchos años más tarde, un periodista me preguntó de repente: «¿Qué es El Aleph?» y
yo contesté: «Es el relato de una experiencia mística». Cuando mencioné esto a Georgie, me
encontré con que él no había olvidado mi artículo, escrito treinta y cinco años antes. Me dijo:
«Has sido la única persona que ha dicho eso», dando a entender que podía haber cierta ver-
dad en la cosa. Le gustaba esta apreciación, que se oponía a la difundida idea entre los escrito-
res argentinos, que lo juzgaban un autor frío y geométrico, un creador de juegos puramente
intelectuales.
Universidad Autónoma de Chiapas