Page 407 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 407
Una experiencia mística es secreta, inefable, como el acto del amor o la creación del arte.
En el arte y el amor, cuando son genuinos, tratamos de romper una barrera. Si lo logramos,
alcanzamos una especie de experiencia mística. Esta clase de secretos no se puede compartir.
Como el nombre de Dios para los hebreos, es algo que no se puede pronunciar.
Por naturaleza y por circunstancias, Borges era un hombre sumiso. Él aceptaba el fardo
de convenciones y las ataduras establecidas por un medio social presuntuoso, profundamente
tribal, tosco y primitivo.
Los místicos hablan de «la noche oscura del alma». «¿Quién puede distinguir entre la
oscuridad y el alma?», se pregunta Yeats, un poeta muy admirado por Borges. Y más allá de
esa noche están los éxtasis de la liberación. A su manera tenue, pero empecinada, él luchaba
por alcanzar esa liberación. Los místicos suelen ser tácitos, a veces escriben, rara vez hablan.
Borges, que tanto habló en su larga vida, comentaba sus enamoramientos o pequeños
chascos amorosos, pero el pudor le impedía mencionar lo que realmente le importaba. Pi-
casso solía decir que para él no había nada más que dos clases de mujeres: las diosas y los
felpudos. Borges se acercaba a las mujeres como si fueran diosas, pero algún hecho en su vida
demuestra que eventualmente tropezó con algún felpudo.
Para ciertos místicos, el sexo puede ser un medio de romper las barreras. Para otros, la
mayoría de ellos, es un instrumento diabólico. La actitud de Borges hacia el sexo era de terror
pánico, como si temiera la revelación que en él podía hallar. Sin embargo, toda su vida fue una
lucha por alcanzar esa revelación.
No era un hombre convencional, pero sí un prisionero de las convenciones. Anhelaba la
libertad por encima de todas las cosas, pero no se atrevía a mirar a la cara esa libertad.
Universidad Autónoma de Chiapas