Page 411 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 411
El Aleph
Una de las peculiaridades del estilo de Borges es la enumeración. Se diría que el autor quiere
encerrar el tiempo y el espacio en un círculo, no dejar nada afuera. Funes enumera; la dedi-
catoria a Leonor Acevedo en las Obras Completas enumera; el poema Mateo XXV enumera;
El Aleph, que marca un cambio de ruta en su vida y su literatura, culmina en una caudalosa
enumeración. Y todas sus enumeraciones —incluyendo la última a María Kodama— aluden al
deleite, a la felicidad, al éxtasis.
El aleph, como el zahír, es un objeto mágico. Es un puntito luminoso en un sótano. Pero
es un objeto con el cual Borges tiene relaciones (no las tiene con el zahír). Y, del mismo modo
que en El Zahír, hay aquí dos planos. En uno el encuentro con el objeto mágico, que lleva a
una trascendencia; en el otro la burla, suave en El Zahír, sangrienta en El Aleph, de un perso-
naje que representa, de algún modo, la vida cotidiana de Borges. Y los dos cuentos empiezan
hablando de una mujer que ya está muerta. En El Zahír el narrador recibe la moneda al salir
del velatorio de Teodelina Villar. Y encuentra el aleph años después de haber muerto Beatriz
Viterbo. En los dos casos la mujer ha muerto y la realización del amor físico es imposible. Teo-
delina Villar muere en el Barrio Sur porque su familia «ha venido a menos»; Beatriz Viterbo, en
cambio, siempre ha vivido en el Barrio Sur. El mundo en que se han movido las dos mujeres
es muy distinto: Teodelina es una mujer del Barrio Norte, con las ínfimas preocupaciones de
una señora tonta que vive ahí. Beatriz es una muchacha burguesa de barrio: sin duda, de haber
sobrevivido, habría terminado tomando el té en la Confitería del Molino, gorda y conforme
con la vida.
Universidad Autónoma de Chiapas