Page 420 - BORGES INTERACTIVO
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               versión oral no descubría el secreto de la escritura del dios: se dedicaba a descubrirlo. El per-
               sonaje de la versión escrita descubre el secreto pero no lo utiliza.

                    Años después hablé con él de este cuento y le expuse una interpretación que le gustó: le

               dije que él era a la vez el prisionero y el tigre.

                    Al inventar el cuento había creído ser sólo el hombre. Pero el tigre también estaba en él,

               ansioso por ser liberado. «Eres un tigre», le dije, «el tigre es tu animal. Hasta tienes garras afel-

               padas que rozan o desgarran, pero que no aprietan... y que alguna vez han dejado a alguien

               con un brazo de menos».

                    Esto lo hizo reír, lo halagó. Le dije también que en el poema Israel, el verso final, «her-

               moso como un león al mediodía», podía reemplazarse por «hermoso como un tigre a me-
               dianoche» y que, en ese caso, el tigre habría sido Jorge Luis Borges. (Ésta era mi manera de

               piropearlo.) Él reía, divertido. Añadí que él había sido el tigre enjaulado, ahora en libertad y

               suelto por el ancho mundo.

                    De los dos prisioneros sólo comentamos a uno, el tigre. El sacerdote que con una pa-

               labra puede hacer caer las paredes de la mazmorra y no la pronuncia repite la actitud de El

               Aleph y El Zahír: la negativa a compartir. En última instancia, Borges el Tahúr escamoteaba, no

               compartía.
                    También a veces, al saludarlo, solía decirle: «¿Cómo te va, Tahúr Afortunado?», aludiendo

               a los versos de Almafuerte que tanto le habían gustado. Una vez, ya no en tono de broma,

               creo que sin falsa modestia, me dijo: «Bueno..., creo que los suecos tienen razón. Yo no tengo

               una obra que justifique el Premio Nobel». Debí decirle —como lo hice alguna otra vez— que

               éste era un consuelo y, como casi todos los consuelos, falso. Era por culpa de sus declaracio-

               nes y su actitud personal ante las dictaduras (cuando no era la peronista o la estalinista) que











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