Page 418 - BORGES INTERACTIVO
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El otoño y la primavera son las estaciones del celo en los animales; esto crea cierta ten-
sión. Alguna vez yo había visto aquí una carrera enloquecida de ciervos; el sexo en forma de
martillo del rinoceronte; los renovados juegos eróticos de los monos. En las fieras el sexo,
más discreto, es desgarrador. El león ruge, como reclamando; el tigre se pasea, desesperado,
moviendo la cabeza, refregándose a veces contra los barrotes, incesante, continuo.
A Borges, en el Zoológico, sólo le interesaba la jaula de las fieras, como ya he dicho, y en
especial aquel magnífico tigre de Bengala. Era un animal enorme que salía a la parte externa de
la jaula y volvía a entrar en la lóbrega y húmeda parte interna, con su hedor a orines, a carne
de caballo podrida, a animal martirizado.
Ante los animales yo siempre he sentido una mezcla de piedad y adoración, como si en
ellos estuviera encerrado un gran misterio. La tortura de un animal siempre me ha parecido
el peor de los crímenes. Comenté algo de esto con Borges. Él miró hacia la jaula del león,
inmóvil y digno, soportando su cautiverio como si nada tuviera que ver con él. Luego miró de
nuevo al tigre; sintió, como yo, la fuerza y el milagro de la fiera, pero su alma no se llenó de
compasión: él vio otra cosa.
Me detengo por segunda vez en esta anécdota que muestra, en las fuentes de su crea-
ción, la dualidad que sentía Borges dentro de sí mismo.
Me habló de un hombre enterrado en una mazmorra. El hombre era alimentado por
un agujero y a través de este agujero, por unos segundos todos los días, llegaba la luz. En esa
luz él veía pasar, en sus incesantes paseos, a un tigre. El hombre supone que en las rayas del
tigre Dios, o un dios, ha escrito un mensaje. Este hombre dedicaba su vida a descifrarlo. Y la
mazmorra dejaba de ser una mazmorra, el hombre ya no estaba preso.Tratando de descifrar
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