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               hubiera resuelto no decir nada comprometedor.” Yo tengo para mí que Nathaniel Hawthorne
               registraba, a lo largo de los años, esas trivialidades para demostrarse a sí mismo que él era

               real, para liberarse, de algún modo, de la impresión de irrealidad, de fantasmidad, que solía

               visitarlo.

                    En uno de los días de 1840 escribió: “Aquí estoy en mi cuarto habitual, donde me parece

               estar siempre. Aquí he concluido muchos cuentos, muchos que después he quemado; mu-

               chos que sin duda, merecen ese ardiente destino. Esta es una pieza embrujada, porque miles

               y miles de visiones han poblado su ámbito, y algunas ahora son visibles al mundo. A veces creía

               estar en la sepultura, helado y detenido y entumecido; otras, creía ser feliz… Ahora empiezo

               a comprender por qué fui prisionero tantos años en este cuarto solitario y por qué no pude
               romper sus rejas invisibles. Si antes hubiera conseguido evadirme, ahora sería duro y áspero

               y tendría el corazón cubierto de polvo terrenal… En verdad, sólo somos sombras...” En las

               líneas que acabo de transcribir, Hawthorne menciona “miles y miles de visiones”. La cifra no

               es acaso una hipérbole; los doce tomos de las obras completas de Hawthorne incluyen ciento

               y tantos cuentos, y éstos son unos pocos de los muchísimos que abocetó en su diario. (Entre

               los concluidos hay uno —Mr. Higginbotham’s Catastrophe [La muerte repetida]— que prefi-

               gura el género policial que inventaría Poe.) Miss Margaret Fuller, que lo trató en la comunidad
               utópica de Brook Farm, escribió después: “De aquel océano sólo hemos tenido unas gotas”,

               y Emerson, que también era amigo suyo, creía que Hawthorne no había dado jamás toda su

               medida. Hawthorne se casó en 1842, es decir, a los treinta y ocho años; su vida, hasta esa

               fecha, fue casi puramente imaginativa, mental. Trabajó en la aduana de Boston, fue cónsul de

               los Estados Unidos en Liverpool, vivió en Florencia, en Roma y en Londres, pero su realidad

               fue, siempre, el tenue mundo crepuscular, o lunar, de las imaginaciones fantásticas.











                             Universidad Autónoma de Chiapas
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