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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      201






                En el principio de esta clase he mencionado la doctrina del psicólogo Jung que equipara
           las invenciones literarias a las invenciones oníricas, la literatura a los sueños. Esta doctrina no

           parece aplicable a las literaturas que usan el idioma español, clientes del diccionario y de la re-

           tórica, no de la fantasía. En cambio, es adecuada a las letras de América del Norte. Éstas (como

           las de Inglaterra o las de Alemania) son más capaces de inventar que de transcribir, de crear

           que de observar. De ese rasgo, procede la curiosa veneración que tributan los norteameri-

           canos a las obras realistas y que los mueve a postular, por ejemplo, que Maupassant es más

           importante que Hugo. La razón es que un escritor norteamericano tiene la posibilidad de ser

           Hugo; no, sin violencia, la de ser Maupassant. Comparada con la de los Estados Unidos, que

           ha dado varios hombres de genio, que ha influido en Inglaterra y en Francia, nuestra literatura
           argentina corre el albur de parecer un tanto provincial; sin embargo, en el siglo XIX, produjo

           algunas páginas de realismo —algunas admirables crueldades de Echeverría, de Ascasubi, de

           Hernández, del ignorado Eduardo Gutiérrez— que los norteamericanos no han superado

           (tal vez no han igualado) hasta ahora. Faulkner, se objetará, no es menos brutal que nuestros

           gauchescos. Lo es, ya lo sé, pero de un modo alucinatorio. De un modo infernal, no terrestre.

           Del modo de los sueños, del modo inaugurado por Hawthorne.

                Este murió el dieciocho de mayo de 1864, en las montañas de New Hampshire. Su
           muerte fue tranquila y fue misteriosa, pues ocurrió en el sueño. Nada nos veda imaginar que

           murió soñando y hasta podemos inventar la historia que soñaba —la última de una serie infi-

           nita— y de qué manera la coronó o la borró la muerte. Algún día, acaso, la escribiré y trataré

           de rescatar con un cuento aceptable esta deficiente y harto digresiva lección.

                Van Wyck Brooks, en The Flowering of New England, D. H. Lawrence en Studies in Classic

           American Litterature y Ludwig Lewisohn, en The Story of American Literature, analizan o juzgan











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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