Page 206 - BORGES INTERACTIVO
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                    DEL CULTO DE LOS LIBROS



               En el octavo libro de la Odisea se lee que los dioses tejen dichas para que a las futuras gene-

               raciones no les falte algo que cantar; la declaración de Mallarmé: El mundo existe para llegar

               a un libro, parece repetir, unos treinta siglos después, el mismo concepto de una justificación

               estética de los males. Las dos teologías, sin embargo, no coinciden íntegramente; la del griego

               corresponde a la época de la palabra oral, y la del francés, a una época de la palabra escrita.

               En una se habla de contar y en otra de libros. Un libro, cualquier libro, es para nosotros un

               objeto sagrado: ya Cervantes, que tal vez no escuchaba todo lo que decía la gente, leía hasta
               “los papeles rotos de las calles”. El fuego, en una de las comedias de Bernard Shaw, amenaza

               la biblioteca de Alejandría; alguien exclama que arderá la memoria de la humanidad, y César

               le dice: Déjala arder. Es una memoria de infamia. El César histórico, en mi opinión, aprobaría

               o condenaría el dictamen que el autor le atribuye, pero no lo juzgaría, como nosotros, una

               broma sacrílega. La razón es clara: para los antiguos la palabra escrita no era otra cosa que un

               sucedáneo de la palabra oral.

                    Es fama que Pitágoras no escribió; Gomperz (Griechischeker, Denker I, 3) defiende que

               obró así por tener más fe en la virtud de la instrucción hablada. De mayor fuerza que la mera

               abstención de Pitágoras es el testimonio inequívoco de Platón. En el Timeo, afirmó: “Es dura










                             Universidad Autónoma de Chiapas
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