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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      211





















                SOBRE LOS CLÁSICOS



           Escasas disciplinas habrá de mayor interés que la etimología: ello se debe a las imprevisibles

           transformaciones del sentido primitivo de las palabras, a lo largo del tiempo. Dadas tales trans-

           formaciones, que pueden lindar con lo paradójico, de nada o de muy poco nos servirá para la

           aclaración de un concepto el origen de una palabra. Saber que cálculo, en latín, quiere decir

           piedrecita y que los pitagóricos las usaban antes de la invención de los números, no nos permi-

           te dominar los arcanos del álgebra; saber que hipócrita es actor, y persona, máscara, no es un

           instrumento valioso para el estudio de la ética. Parejamente, para fijar lo que hoy entendemos
           por lo clásico, es inútil que este adjetivo descienda del latín classis, flota, que luego tomaría el

           sentido del orden. (Recordemos de paso la información análoga de ship—shape.)

                ¿Qué es, ahora, un libro clásico? Tengo al alcance de la mano las definiciones de Eliot, de

           Arnold y de Sainte-Beuve, sin duda razonables y luminosas, y me sería grato estar de acuerdo

           con esos ilustres autores, pero no los consultaré. He cumplido sesenta y tantos años: a mi

           edad, las coincidencias o novedades importan menos que lo que uno cree verdadero. Me

           limitaré, pues, a declarar lo que sobre este punto he pensado.

                Mi primer estímulo fue una Historia de la literatura china (1901) de Herbert Allen Giles.

           En su capítulo segundo leí que uno de los cinco textos canónicos que Confucio editó es el










                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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