Page 219 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      219






           prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces,
           qué?”

                  No sé qué opinará mi lector de esa imaginación; yo la juzgo perfecta. Usarla como base

           de otras invenciones felices, parece previamente imposible; tiene la integridad y la unidad de

           un terminus ad quem, de una meta. Claro está que lo es; en el orden de la literatura, como en

           los otros, no hay acto que no sea coronación de una infinita serie de causas y manantial de una

           infinita serie de efectos. Detrás de la invención de Coleridge está la general y antigua invención

           de las generaciones de amantes que pidieron como prenda una flor.

                El segundo texto que alegaré es una novela que Wells bosquejó en 1887 y reescribió

           siete años después, en el verano de 1894. La primera versión se tituló The Chronic Argonauts
           (en este título abolido, chronic tiene el valor etimológico de temporal); la definitiva, The Time

           Machine. Wells, en esa novela, continúa y reforma una antiquísima tradición literaria: la previ-

           sión de hechos futuros. Isaías ve la desolación de Babilonia y la restauración de Israel; Eneas, el

           destino militar de su posteridad, los romanos; la profetisa de la Edda Saemundi, la vuelta de los

           dioses que, después de la cíclica batalla en que nuestra tierra perecerá, descubrirán, tiradas en

           el pasto de una nueva pradera, las piezas de ajedrez con que antes jugaron… El protagonista

           de Wells, a diferencia de tales espectadores proféticos, viaja físicamente al porvenir. Vuelve
           rendido, polvoriento y maltrecho; vuelve de una remota humanidad que se ha bifurcado en

           especies que se odian (los ociosos eloi, que habitan en palacios dilapidados y en ruinosos jardi-

           nes; los subterráneos y nictálopes morlocks, que se alimentan de los primeros);  vuelve con las

           sienes encanecidas y trae del porvenir una flor marchita. Tal es la segunda versión de la imagen

           de Coleridge. Más increíble que una flor celestial o que la flor de un sueño es la flor futura, la

           contradictoria flor cuyos átomos ahora ocupan otros lugares y no se combinaron aún.











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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