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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      235






           and clean), Chesterton pensó, como Whitman, que el mero hecho de ser es tan prodigioso
           que ninguna desventura debe eximirnos de una suerte de cómica gratitud. Tales creencias

           pueden ser justas, pero el interés que promueven es limitado; suponer que agotan a Chester-

           ton es olvidar que un credo es el último término de una serie de procesos mentales y emo-

           cionales y que un hombre es toda la serie. En este país, los católicos exaltan a Chesterton, los

           librepensadores lo niegan. Como todo escritor que profesa un credo, Chesterton es juzgado

           por él, es reprobado o aclamado por él. Su caso es parecido al de Kipling, a quien siempre lo

           juzgan en función del Imperio Británico.

                Poe y Baudelaire se propusieron, como el atormentado Urizen de Blake, la creación de

           un mundo de espanto; es natural que su obra sea pródiga de formas del horror. Chesterton,
           me parece, no hubiera tolerado la imputación de ser un tejedor de pesadillas, un monstrorum

           artifex (Plinio, XXVIII, 2), pero invenciblemente suele incurrir en atisbos atroces. Pregunta si

           acaso un hombre tiene tres ojos, o un pájaro tres alas; habla, contra los panteístas, de un muer-

           to que descubre en el paraíso; que los espíritus de los coros angélicos tienen sin fin su misma

           cara;  habla de una cárcel de espejos; habla de un laberinto sin centro; habla de un hombre
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           devorado por autómatas de metal; habla de un árbol que devora a los pájaros y que en lugar

           de hojas da plumas; imagina (The Man who Was Thursday, VI) que en los confines orientales
           del mundo acaso existe un árbol que ya es más, y menos, que un árbol, y en los occidentales,

           algo, una torre, cuya sola arquitectura es malvada. Define lo cercano por lo lejano, y aun por

           lo atroz; si habla de sus ojos, los llama con palabras de Ezequiel (1: 22) un terrible cristal, si



           1. Amplificando un pensamiento de Attar («En todas partes sólo vemos Tu cara»), Jalal-uddin Rumi compuso unos versos que ha
           traducido Rückert (Werke, IV, 222), donde se dice que en los cielos, en el mar y en los sueños hay Uno Solo y donde se alaba
           a ese Único por haber reducido a unidad los cuatro briosos animales que tiran del carro de los mundos: la tierra, el fuego, el
           aire y el agua.










                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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