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esos hermosos árboles, pero a la naturaleza nada le importa. La naturaleza sabe (si es que
existe un ente que se llame naturaleza) que puede renovarlos y el río sigue corriendo.
Es verdad que para Quevedo se trataba de las divinidades de los ríos. Quizá hubiera sido
más poética la idea de que a los ríos de las guerras del duque no les importara la muerte del
de Osuna. Pero Quevedo quería hacer una elegía, un poema sobre la muerte de un hombre.
¿Qué es la muerte de un hombre? Con él muere una cara que no se repetirá, según observó
Plinio. Cada hombre tiene su cara única y con él mueren miles de circunstancias, miles de
recuerdos. Recuerdos de infancia y rasgos humanos, demasiado humanos. Quevedo no pare-
ce sentir nada de esto. Había muerto en la cárcel su amigo, el duque de Osuna, y Quevedo
escribe este soneto con frialdad; sentimos su esencial indiferencia. Lo escribe como un alegato
contra el estado que condenó a prisión al duque. Parecería que no lo quiere a Osuna; en todo
caso, no hace que lo queramos nosotros. Sin embargo, es uno de los grandes sonetos de
nuestra lengua.
Pasemos a otro, de Enrique Banchs, Sería absurdo decir que Banchs es mejor poeta que
Quevedo. Además, ¿qué significan esas comparaciones?
Consideremos este soneto de Banchs y en qué reside su agrado:
Hospitalario y fiel en su reflejo
donde a ser apariencia se acostumbra
el material vivir, está el espejo
como un claro de luna en la penumbra.
Pompa le da en las noches la flotante
claridad de la lámpara, y tristeza
la rosa que en el vaso agonizante
también en él inclina la cabeza.
Universidad Autónoma de Chiapas