Page 185 - Fútbol y globalización
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EL INSULTO EN LA DINÁMICA DEL FÚTBOL             185






                Hemos señalado que insultamos para protestar. La protesta es una forma de manifestar el
           descontento por lo que se vive; por tanto, el insulto es una de las maneras de expresarla en el
           ambiente deportivo, en particular en una cancha de fútbol. Puede hacerse a través de la voz, se
           grita, se susurra, pero el caso es que se escuche. Puede venir de cualquiera que esté presenciando

           el juego: el director técnico, el jugador, el aficionado, etc. Es una expresión que se hace por una
           injusticia declarada, lo sea o no. Normalmente está dirigida al árbitro, de quien se pone en duda
           su integridad ética. Uno de los insultos dirigidos al réferi es: “árbitro vendido”. El equivalente de
           este insulto es la corrupción, y como ya lo apuntaba anteriormente, el insulto refleja la situación

           ideológica del país o países, y en México, como en otros muchos países, la corrupción es una
           realidad evidente.
                Así también ofendemos cuando queremos desahogarnos de algo. El desahogo consiste en
           la liberación de una tristeza o un dolor que cala hondo, y que no se lo soporta más, por lo que

           se hace necesario liberarlo a través del insulto para no tener esa emoción o sensación que nos
           ahoga. El insulto aquí cumple una función catártica. Naturalmente le sigue el alivio.
                Por otro lado, la molestia incomoda, y si se la repite, provoca el enojo del molestado. El
           insulto en el sentido de incomodar o molestar tiene la nota de la repetición: el insulto tiende a

           la repetición. Si la intención es molestar es porque se tiene claramente un fin: enojar a alguien.
           El fútbol es también un juego psicológico; en la cancha no se juega únicamente con las piernas,
           sino también (y principalmente) con la cabeza. De ahí que la concentración sea muy importante
           durante el desarrollo del partido, perderla es perder el juego. Los partidos de fútbol se deciden

           normalmente en instantes críticos que provocan el desmoronamiento de un equipo o su reacción
           “milagrosa”. Insultar al rival con la finalidad de molestarlo guarda la intención de hacerlo fallar, de
           hacerle perder la concentración, de hacerle perder la cabeza, de que “le hierva la sangre”, ¿para
           qué?, por ejemplo, para que falle un penal:

                Cumplí todos los ritos que debe cumplir un arquero en esos casos límite. Iba a patearlo Genaro, el dos
                de ellos, un tanto bruto y macizo que sacaba unos chumbazos impresionantes. Me acerqué a acomo-
                darle la pelota, arguyendo que estaba adelantada. La giré un par de veces y la deposité con gesto casi
                delicado, en el mismo lugar de donde la había levantado. Pero a Genaro le dejé la inquietante sensación
                de habérsela engualichado o algo por el estilo. Volvió a adelantarse y a acomodarla a su antojo. De nue-
                vo dejé mi lugar en la línea del arco y repetí el procedimiento. Pero esta vez, y asegurándome de estar
                de espaldas al árbitro, lo enriquecí con un escupitajo bien cargado, que deposité veloz sobre uno de
                los gajos negros del balón. Genaro, francamente ofuscado, volvió hasta la pelota, la restregó contra el
                pasto, y me denunció reiteradas veces al juez Pérez. Sabiéndome al límite de la tolerancia, e intuyendo






                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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