Page 102 - BORGES INTERACTIVO
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a afinidades íntimas y notorias y que nuestra imaginación ya ha aceptado. La vejez de los hom-
bres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua. Le expuse esta opinión,
que expondría en un libro años después. Casi no me escuchaba. De pronto dijo:
—Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de
edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?
No había pensado en esa dificultad. Le respondí sin convicción:
—Tal vez el hecho fue tan extraño que traté de olvidarlo.
Aventuró una tímida pregunta:
—¿Cómo anda su memoria?
Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años; un hombre de
más de setenta era casi un muerto. Le contesté:
—Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan. Estudio anglosa-
jón y no soy el último de la clase. Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser
la de un sueño. Una brusca idea se me ocurrió.
—Yo te puedo probar inmediatamente —le dije— que no estás soñando conmigo. Oí
bien este verso, que no has leído nunca, que yo recuerde.Lentamente entoné la famosa línea:
L’hydre — universtordant son corps écailléd’astres. Sentí su casi temeroso estupor. Lo repitió
en voz baja, saboreando cada resplandeciente palabra.
—Es verdad —balbuceó—. Yo no podré nunca escribir una línea como ésa.Hugo nos
había unido.Antes, él había repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que
Walt Whitman rememora una compartida noche ante el mar, en que fue realmente feliz.
—Si Whitman la ha cantado —observé— es porque la deseaba y no sucedió. El poema
gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.
Universidad Autónoma de Chiapas