Page 99 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 99
—Esta bien. Dufour. ¿Te basta con todo eso?
—No —respondió—. Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural
que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.
La objeción era justa. Le contesté:
—Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que
el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras
tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y
mirar con los ojos y respirar.
—¿Y si el sueño durara? —dijo con ansiedad.
Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no sentía. Le dije:
—Mi sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que
no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando ahora, salvo que somos dos. ¿No
querés saber algo de mi pasado, que es el porvenir que te espera?
Asintió sin una palabra. Yo proseguí un poco perdido:
—Madre está sana y buena en su casa de Charcas y Maipú, en Buenos Aires, pero
padre murió hace unos treinta años. Murió del corazón. Lo acabó una hemiplejía; la mano
izquierda puesta sobre la mano derecha era como la mano de un niño sobre la mano de un
gigante. Murió con impaciencia de morir, pero sin una queja. Nuestra abuela había muerto
en la misma casa. Unos días antes del fin, nos llamo a todos y nos dijo: “Soy una mujer muy
vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y
corriente.”Norah, tu hermana, se casó y tiene dos hijos. A propósito, ¿en casa como están?
—Bien. Padre siempre con sus bromas contra la fe. Anoche dijo que Jesús era como los
gauchos, que no quieren comprometerse, y que por eso predicaba en parábolas.
Vaciló y me dijo:
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