Page 98 - BORGES INTERACTIVO
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hace tantos años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del principio.
La voz no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Alvaro. La reconocí con horror.
Me le acerqué y le dije:
—Señor, ¿usted es oriental o argentino?
—Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra —fue la contestación.
Hubo un silencio largo. Le pregunté:
—¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?Me contestó que si.
—En tal caso —le dije resueltamente— usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy
Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.
—No —me respondió con mi propia voz un poco lejana.Al cabo de un tiempo insis-
tió:—Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos
parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.
Yo le contesté:
—Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconoci-
do. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo de Perú nuestro bisabue-
lo. También hay una palangana de plata, que pendía del arzón. En el armario de tu cuarto hay
dos filas de libros. Los tres de volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con grabados en
acero y notas en cuerpo menor entre capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania
de Tácito en latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier, las Tablas
de Sangre de Rivera Indarte, con la dedicatoria del autor, el Sartor Resartus de Carlyle, una
biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás, un libro en rústica sobre las costumbres
sexuales de los pueblos balkánicos. No he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso
en la plaza Dubourg.
—Dufour –corrigió.
Universidad Autónoma de Chiapas