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100 BORGES INTERACTIVO
—¿Y usted?
No sé la cifra de los libros que escribirás, pero sé que son demasiados. Escribirás poesías
que te darán un agrado no compartido y cuentos de índole fantástica. Darás clases como tu
padre y como tantos otros de nuestra sangre. Me agradó que nada me preguntara sobre el
fracaso o éxito de los libros.Cambié. Cambié de tono y proseguí:
—En lo que se refiere a la historia... Hubo otra guerra, casi entre los mismos antagonis-
tas. Francia no tardó en capitular; Inglaterra y América libraron contra un dictador alemán, que
se llamaba Hitler, la cíclica batalla de Waterllo. Buenos Aires, hacía mil novecientos cuarenta y
seis, engendró otro Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la pro-
vincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos. Ahora, las cosas andan mal. Rusia está
apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se re-
suelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. Más provinciano
y más engreído, como si cerrara los ojos. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera
reemplazada por la del guaraní.
Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible y sin embar-
go cierto lo amilanaba. Yo, que no he sido padre, sentí por ese pobre muchacho, más íntimo
que un hijo de mi carne, una oleada de amor. Vi que apretaba entre las manos un libro. Le
pregunté qué era.
—Los poseídos o, según creo, Los demonios de Fyodor Dostoievski —me replicó no sin
vanidad.
—Se me ha desdibujado. ¿Que tal es?
No bien lo dije, sentí que la pregunta era una blasfemia.
—El maestro ruso —dictaminó— ha penetrado más que nadie en los laberintos del alma
eslava.
Universidad Autónoma de Chiapas