Page 105 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 105
BORGES Y YO
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro,
acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo
noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario bio-
gráfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo xviii, las etimologías, el
sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo
vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Seria exagerado afirmar que nuestra rela-
ción es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa lite-
ratura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas
páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro,
sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamen-
te, y sólo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo,
aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas
las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un
tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos
en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años
yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con
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