Page 110 - BORGES INTERACTIVO
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               una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir
               a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumen-

               to que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de

               Quicherat y la obra de Plinio.

                    El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque

               mi padre no estaba “nada bien”. Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un

               telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma

               negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo

               un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté

               que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El Saturno zarpaba al día
               siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me

               asombró que la noche fuera no menos pesada que el día.

                    En el decente rancho, la madre de Funes me recibió.

                    Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a

               oscuras, porque Ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio

               de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo pa-

               recerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz
               (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación.

               Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, intermi-

               nables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del

               capítulo XXIV del libro VII de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria;

               las palabras últimas fueron ut nihil non üsdem verbis redderetur auditum.

                    Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me

               parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo.








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