Page 112 - BORGES INTERACTIVO
P. 112

112                                 BORGES INTERACTIVO






               libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un
               remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran

               simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía

               reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un

               día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero.

               Me dijo: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde

               que el mundo es mundo”. Y también: “Mis sueños son como 1a vigilia de ustedes”. Y también,

               hacia el alba: “Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras”. Una circunferencia en un

               pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo

               mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado
               en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de

               un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.

                    Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no

               había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie

               hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable;

               tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo

               hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
                    La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando.

                    Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy

               pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola

               vez ya no podía borrársele. Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres

               orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo.

               Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía

               (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran








                             Universidad Autónoma de Chiapas
   107   108   109   110   111   112   113   114   115   116   117