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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 115
LA CASA DE ASTERIÓN
Y la reina dio a luz un hijo
que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III, I
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones
(que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero
también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los
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hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles
aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una
casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una
parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie
ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, aña-
diré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la
noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas
y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un
niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía,
se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban
1. El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que, en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.
Universidad Autónoma de Chiapas