Page 113 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      113






           Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoleón, Agustín de
           Vedia. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie

           marca; las últimas muy complicadas... Yo traté explicarle que esa rapsodia de voces inconexas

           era precisamente lo contrario sistema numeración. Le dije que decir 365 era decir tres cente-

           nas, seis decenas, cinco unidades; análisis no existe en los “números” El Negro Timoteo o manta

           de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.

                Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa

           individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera nombre propio; Funes proyectó al-

           guna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado

           ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino
           cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus

           jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron

           dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era

           inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuer-

           dos de la niñez.

                Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para serie natural de los nú-

           meros, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero
           revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo de

           Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costa-

           ba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos

           tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera

           el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espe-

           jo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput dis-

           cernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la








                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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