Page 111 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      111






           La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfer-
           medad de mi padre.

                Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa el lector) no

           tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus

           palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo

           Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis

           lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.

                Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa re-

           gistrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a

           todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22
           idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el

           arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló

           de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el

           azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un

           desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nom-

           bres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin

           ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo
           recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más

           antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó.

           Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria

           eran infalibles.

                Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vásta-

           gos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del

           amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un








                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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