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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 135
el Aleph de su casa le reveló? Por increíble que parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro
Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph.
Doy mis razones. Hacia 1867 el capitán Burton ejerció en el Brasil el cargo de cónsul
británico; en julio de 1942 Pedro Henríquez Ureña descubrió en una biblioteca de Santos un
manuscrito suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente a Iskandar Zú al—Kar-
nayn, o Alejandro Bicorne de Macedonia. En su cristal se reflejaba el universo entero. Burton
menciona otros artificios congéneres —la séptuple copa de Kai Josrú, el espejo que Tárik Ben-
zeyad encontró en una torre (1001 Noches, 272), el espejo que Luciano de Samosata pudo
examinar en la luna (Historia verdadera, I, 26), la lanza especular que el primer libro del Satyri-
con de Capella atribuye a Júpiter, el espejo universal de Merlin, “redondo y hueco y semejante
a un mundo de vidrio” (The Faerie Queene, III, 2, 19)—, y añade estas curiosas palabras: “Pero
los anteriores (además del defecto de no existir) son meros instrumentos de óptica. Los fieles
que concurren a la mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy bien que el universo está en
el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio central... Nadie, claro está,
puede verlo, pero quienes acercan el oído a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo,
su atareado rumor... La mezquita data del siglo VII; las columnas proceden de otros templos
de religiones anteislámicas, pues como ha escrito Abenjaldún: En las repúblicas fundadas por
nómadas es indispensable el concurso de forasteros para todo lo que sea albañilería”.
¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo
he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo,
bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.
A Estela Canto
Universidad Autónoma de Chiapas