Page 133 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      133






           vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi
           un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas,

           increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento

           en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la

           circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi

           el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en

           el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos

           habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que

           ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

                Sentí infinita veneración, infinita lástima.
                —Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman —dijo una voz abo-

           rrecida y jovial—. Aunque te devanes los sesos, no me pagarás en un siglo esta revelación.

           ¡Qué observatorio formidable, che Borges!

                Los zapatos de Carlos Argentino ocupaban el escalón más alto. En la brusca penumbra,

           acerté a levantarme y a balbucear:

                —Formidable. Sí, formidable.

                La indiferencia de mi voz me extrañó. Ansioso, Carlos Argentino insistía:
                —¿Lo viste todo bien, en colores?

                En ese instante concebí mi venganza. Benévolo, manifiestamente apiadado, nervioso,

           evasivo, agradecí a Carlos Argentino Daneri la hospitalidad de su sótano y lo insté a aprove-

           char la demolición de la casa para alejarse de la perniciosa metrópoli, que a nadie ¡créame, que

           a nadie! perdona. Me negué, con suave energía, a discutir el Aleph; lo abracé, al despedirme,

           y le repetí que el campo y la serenidad son dos grandes médicos.











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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