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LA POSTULACIÓN DE LA REALIDAD
Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admiten la menor réplica y no
producen la menor convicción; yo desearía, para eliminar los de Croce, una sentencia no me-
nos educada y mortal. La de Hume no me sirve, porque la diáfana doctrina de Croce tiene la
facultad de persuadir, aunque ésta sea la única. Su defecto es ser inmanejable; sirve para cortar
una discusión, no para resolverla.
Su fórmula –recordará mi lector– es la identidad de lo estético y de lo expresivo. No la
rechazo, pero quiero observar que los escritores de hábito clásico más bien rehuyen lo ex-
presivo. El hecho no ha sido considerado hasta ahora; me explicaré.
El romántico, en general con pobre fortuna, quiere incesantemente expresar; el clásico
prescinde contadas veces de una petición de principio. Distraigo aquí de toda connotación
histórica las palabras clásico y romántico; entiendo por ellas dos arquetipos de escritor (dos
procederes). El clásico no desconfía del lenguaje, cree en la suficiente virtud de cada uno de
sus signos. Escribe, por ejemplo: “Después de la partida de los godos y la separación del ejer-
cito aliado, Atila se maravilló del vasto silencio que reinaba sobre los campos de Châlons: la
sospecha de una estratagema hostil lo demoró unos días dentro del círculo de sus carros, y su
retravesía del Rin confesó la postrer victoria lograda en nombre del imperio occidental. Mero-
Universidad Autónoma de Chiapas