Page 166 - BORGES INTERACTIVO
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               hasta que la tabla del rey Artús, hombre por hombre, había caído en Lyonness en torno de su
               señor, el rey Artús: entonces, porque su herida era profunda, el intrépido Sir Bediver lo alzó, Sir

               Bediver el último de sus caballeros, y lo condujo a una capilla cerca del campo, un presbiterio roto,

               con una cruz rota, que estaba en un oscuro brazo de terreno árido. De un lado yacía el Océano;

               del otro lado, un agua grande, y la luna era llena. Tres veces ha postulado esa narración una

               realidad más compleja: la primera, mediante el artificio gramatical del adverbio así; la segunda

               y mejor, mediante la manera incidental de trasmitir un hecho: porque su herida era profunda;

               la tercera, mediante la inesperada adición de y la luna era llena. Otra eficaz ilustración de ese

               método la proporciona Morris, que después de relatar el mítico rapto de uno de los remeros

               ele Jasón por las ligeras divinidades de un río, cierra de este modo la historia: El agua ocultó
               a las sonrojadas ninfas y al despreocupado hombre dormido. Sin embargo, antes de perderlos el

               agua, una atravesó corriendo aquel prado y recogió del pasto la lanza con moharra de bronce,

               el escudo claveteado y redondo, la espada con el puño de marfil, y la cota de mallas, y luego se

               arrojó a la corriente. Así, quién podrá contar esas cosas, salvo que el viento las contara o el pájaro

               que desde el cañaveral las vio y escuchó. Este testimonio final de seres no mentados aún, es lo

               que nos importa.

                    El tercer método, el más difícil y eficiente de todos, ejerce la invención circunstancial. Sir-
               va de ejemplo cierto memorabilísimo rasgo de La gloria de Don Ramiro: ese aparatoso caldo de

               torrezno, que se servía en una sopera con candado para defenderlo de la voracidad de los pajes,

               tan insinuativo de la miseria decente, de la retahíla de criados, del caserón lleno de escale-

               ras y vueltas y de distintas luces. He declarado un ejemplo corto, lineal, pero sé de dilatadas

               obras –las rigurosas novelas imaginativas ele Wells[1], las exasperadamente verosímiles de

               Daniel Defoe– que no frecuentan otro proceder que el desenvolvimiento o la serie de esos











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