Page 163 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES • ANTONIO DURÁN RUIZ 163
veo y sus francos, observando una distancia prudente y magnificando la opinión de su número
con los muchos fuegos que encendían cada noche, siguieron la retaguardia de los hunos hasta
los confines de Turingia. Los de Turingia militaban en las fuerzas de Atila: atravesaron, en el
avance y en la retirada, los territorios de los francos; cometieron tal vez entonces las atrocida-
des que fueron vindicadas unos ochenta años después, por el hijo de Clovis. Degollaron a sus
rehenes: doscientas doncellas fueron torturadas con implacable y exquisito furor; sus cuerpos
fueron descuartizados por caballos indómitos, o aplastados sus huesos bajo el rodar de los
carros, y sus miembros insepultos fueron abandonados en los caminos como una presa para
perros y buitres.” (Gibbon, Decline and Fall of the Roman Empire, XXXV.)
Basta el inciso Después de la partida de los godos para percibir el carácter mediato de
esta escritura, generalizadora y abstracta hasta lo invisible. El autor nos propone un juego de
símbolos, organizados rigurosamente sin duda, pero cuya animación eventual queda a cargo
nuestro. No es realmente expresivo: se limita a registrar una realidad, no a representarla.
Los ricos hechos a cuya póstuma alusión nos convida, importaron cargadas experiencias, per-
cepciones, reacciones; éstas pueden inferirse de su relato, pero no están en él. Dicho con
mejor precisión: no escribe los primeros contactos de la realidad, sino su elaboración final en
concepto. Es el método clásico, el observado siempre por Voltaire, por Swift, por Cervantes.
Copio un segundo párrafo, ya casi abusivo, de este último: “Finalmente a Lotario le pareció
que era menester en el espacio y lugar que daba la ausencia de Anselmo, apretar el cerco a
aquella fortaleza, y así acometió a su presunción con las alabanzas de su hermosura, porque
no hay cosa que más presto rinda, y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermo-
sas que la misma vanidad puesta en las lenguas de la adulación. En efecto, él con toda diligencia
minó la roca de su entereza con tales pertrechos, que aunque Camila fuera toda de bronce,
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