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LAS TRES VERSIONES HOMÉRICAS
Ningún problema tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el que
propone una traducción. Un olvido animado por la vanidad, el temor de confesar procesos
mentales que adivinamos peligrosamente comunes, el conato de mantener intacta y central
una reserva incalculable de sombra, velan las tales escrituras directas. La traducción, en cam-
bio, parece destinada a ilustrar la discusión estética. El modelo propuesto a su imitación es
un texto visible, no un laberinto inestimable de proyectos pretéritos o la acatada tentación
momentánea de una facilidad. Bertrand Russell define un objeto externo como un sistema
circular, irradiante, de impresiones posibles; lo mismo puede aseverarse de un texto, dadas las
repercusiones incalculables de lo verbal. Un parcial y precioso documento de las vicisitudes
que sufre queda en sus traducciones. ¿Qué son las muchas de la Ilíada de Chapman a Magnien
sino diversas perspectivas de un hecho móvil, sino un largo sorteo experimental de omisiones
y de énfasis? (No hay esencial necesidad de cambiar de idioma, ese deliberado juego de la
atención no es imposible dentro de una misma literatura.) Presuponer que toda recombina-
ción de elementos es obligatoriamente inferior a su original, es presuponer que el borrador
9 es obligatoriamente inferior al borrador H —ya que no puede haber sino borradores. El
concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio.
Universidad Autónoma de Chiapas