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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      181





















                NATHANIEL HAWTHORNE



           Empezaré la historia de las letras americanas con la historia de una metáfora; mejor dicho, con

           algunos ejemplos de esa metáfora. No sé quién la inventó —es quizá un error suponer que

           puedan inventarse metáforas. Las verdaderas, las que formulan íntimas conexiones entre una

           imagen y otra, han existido siempre; las que aún podemos inventar son las falsas, las que no

           vale la pena inventar. Esta que digo es la que asimila los sueños a una función de teatro. En el

           siglo XVII, Quevedo la formuló en el principio del Sueño de la muerte; Luis de Góngora, en el

           soneto “Varia imaginación”, donde leemos:


                            El sueño, autor de representaciones,
                            en su teatro sobre el viento armado,

                            sombras suele vestir de bulto bello.


           En el siglo XVIII, Addison lo dirá con más precisión. “El alma, cuando sueña —escribe Addi-

           son—, es teatro, actores y auditorio.” Mucho antes, el persa Umar Khyyam había escrito que

           la historia del mundo es una representación que Dios, el numeroso Dios de los panteístas,

           planea, representa y contempla, para distraer su eternidad; mucho después, el suizo Jung, en

           encantadores y, sin duda, exactos volúmenes, equipara las invenciones literarias a las invencio-

           nes oníricas, la literatura a los sueños.








                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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