Page 183 - BORGES INTERACTIVO
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JOSÉ MARTÍNEZ TORRES  •  ANTONIO DURÁN RUIZ      183






           suplicaron la divina misericordia; yo, ahora, lo hago por ellos y pido que cualquier maldición
           que haya caído sobre mi raza, nos sea, desde el día de hoy, perdonada”.

                Cuando el capitán Hawthorne murió, su viuda, la madre de Nathaniel, se recluyó en su

           dormitorio, en el segundo piso. En ese piso estaban los dormitorios de las hermanas, Louisa y

           Elizabeth; en el último, el de Nathaniel. Esas personas no comían juntas y casi no se hablaban;

           les dejaban la comida en una bandeja, en el corredor. Nathaniel se pasaba los días escribiendo

           cuentos fantásticos; a la hora del crepúsculo de la tarde salía a caminar. Ese furtivo régimen

           de vida duró doce años. En 1837 le escribió a Longfellow: “Me he recluido; sin el menor

           propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he convertido

           en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque
           estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir”.

                Hawthorne era alto, hermoso, flaco, moreno. Tenía un andar hamacado de hombre de

           mar. En aquel tiempo no había (sin duda felizmente para los niños) literatura infantil; Hawthor-

           ne había leído a los seis años el Pilgrim’sProgress; el primer libro que compró con su plata fue

           The Faerie Queen, dos alegorías. También, aunque sus biógrafos no lo digan, la Biblia; quizá

           la misma que el primer Hawthorne, William Hawthorne de Wilton, trajo de Inglaterra con

           una espada, en 1630. He pronunciado la palabra alegorías; esa palabra es importante, quizá
           imprudente o indiscreta, tratándose de la obra de Hawthorne. Es sabido que Hawthorne fué

           acusado de alegorizar por Edgar Allan Poe y que éste opinó que esa actividad y ese género

           eran indefendibles.

                Dos tareas nos encaran: la primera, indagar si el género alegórico es, en efecto, ilícito; la

           segunda, indagar si Nathaniel Hawthorne incurrió en ese género. Que yo sepa, la mejor refu-

           tación de las alegorías es la de Croce; la mejor vindicación, la de Chesterton. Croce acusa a la











                                                                Universidad Autónoma de Chiapas
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