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caba después caracteres que la encarnaran. No soy un novelista, pero sospecho que ningún
novelista ha procedido así: “Creo que Schomberg es real”, escribió Joseph Conrad de uno
de los personajes más memorables de su novela Victory y eso podría honestamente afirmar
cualquier novelista de cualquier personaje. Las aventuras del Quijote no están muy bien idea-
das, los lentos y antitéticos diálogos —razonamientos, creo que los llama el autor— pecan de
inverosímiles, pero no cabe duda de que Cervantes conocía bien a Don Quijote y podía creer
en él. Nuestra creencia en la creencia del novelista salva todas las negligencias y fallas. Qué im-
portan hechos increíbles o torpes si nos consta que el autor los ha ideado, no para sorprender
nuestra buena fe, sino para definir a sus personajes. Qué importan los pueriles escándalos y
los confusos crímenes de la supuesta Corte de Dinamarca si creemos en el príncipe Hamlet.
Hawthorne, en cambio, primero concebía una situación o una serie de situaciones, y después
elaboraba la gente que su plan requería. Ese método puede producir, o permitir admirables
cuentos, porque en ellos, en razón de su brevedad, la trama es más visible que los actores,
pero no admirables novelas, donde la forma general (si la hay) sólo es visible al fin y donde un
solo personaje mal inventado puede contaminar de irrealidad a quienes lo acompañan.
De las razones anteriores podría, de antemano, inferirse que los cuentos de Hawthorne
valen más que las novelas de Hawthorne. Yo entiendo que así es. Los veinticuatro capítulos
que componen La letra escarlata abundan en pasajes memorables, redactados en buena y
sensible prosa, pero ninguno de ellos me ha conmovido como la singular historia de Wake-
field que está en los Twice-Told Tales. Hawthorne había leído en un diario, o simuló por fines
literarios haber leído en un diario, el caso de un señor inglés que dejó a su mujer sin motivo
alguno, se alojó a la vuelta de su casa, y ahí, sin que nadie lo sospechara, pasó oculto veinte
años. Durante ese largo período, pasó todos los días frente a su casa o la miró desde la es-
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