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               mundo visible huirán como fantasmas, porque si no rebasamos la inteligencia y procuramos,
               con ese instrumento imperfecto, discernir y corregir lo que nos aqueja, toda nuestra obra será

               un sueño. Un sueño tan insustancial que nada importa que la hoguera, que he descrito con tal

               fidelidad, sea lo que llamamos un hecho real y un fuego que chamusque las manos o un fuego

               imaginado y una parábola”.

                    Hawthorne, aquí, se ha dejado arrastrar por la doctrina cristiana, y específicamente calvi-

               nista, de la depravación ingénita de los hombres y no parece haber notado que su parábola de

               una ilusoria destrucción de todas las cosas es capaz de un sentido filosófico y no sólo moral.

               En efecto, si el mundo es el sueño de Alguien, si hay Alguien que ahora está soñándonos que

               sueña la historia del universo, como es doctrina de la escuela idealista, la aniquilación de las
               religiones y de las artes, el incendio general de las bibliotecas, no importa mucho más que la

               destrucción de los muebles de un sueño. La mente que una vez los soñó volverá a soñarlos;

               mientras la mente siga soñando, nada se habrá perdido. La convicción de esta verdad, que

               parece fantástica, hizo que Schopenhauer, en su libro Parerga und Paralipomena, comparara

               la historia a un calidoscopio, en el que cambian las figuras, no los pedacitos de vidrio, a una

               eterna y confusa tragicomedia en la que cambian los papeles y máscaras, pero no los actores.

               Esa misma intuición de que el universo es una proyección de nuestra alma y de que la historia
               universal está en cada hombre, hizo escribir a Emerson el poema que se titula History.

                    En lo que se refiere a la fantasía de abolir el pasado, no sé si cabe recordar que ésta fue

               ensayada en la China, con adversa fortuna, tres siglos antes de Jesús. Escribe Herbert Allen Gi-

               les: “El ministro Li Su propuso que la historia comenzara con el nuevo monarca, que tomó el

               título de Primer Emperador. Para tronchar las vanas pretensiones de la antigüedad, se ordenó

               la confiscación y quemazón de todos los libros, salvo los que enseñaran agricultura, medicina o











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