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que hablaban mis mayores hace cincuenta generaciones; estoy volviendo a ese idioma, estoy
recuperándolo”.
No es la primera vez que lo uso; cuando yo tenía otros nombres, yo hablé este idioma”.
Esas dos palabras fueron el nombre de Londres; Lundenburh, Londresburgo, y el nombre
de Roma, que nos emocionó más aún, por pensar en la luz de Roma que había caído sobre
esas islas boreales perdidas, la Romeburh, la Romaburgo. Creo que salimos a la calle gritando
Lundenburh, Romeburh...
Así empezó el estudio del anglosajón, al que me llevó la ceguera. Y ahora tengo la memo-
ria llena de versos elegíacos, épicos, anglosajones. Había reemplazado el mundo visible por el
mundo auditivo del idioma anglosajón. Después pasé a ese otro mundo, más rico y posterior,
de la literatura escandinava: pasé a las eddas y a las sagas. Luego escribí Antiguas literaturas ger-
mánicas, escribí muchos poemas basados en esos temas y sobre todo gocé de esas literaturas.
Y ahora tengo en preparación un libro sobre literatura escandinava.
No permití que la ceguera me acobardara. Además mi editor me dio una excelente noti-
cia: me dijo que si yo le entregaba treinta poemas por año, él podía publicar un libro. Treinta
poemas significan una disciplina, sobre todo cuando uno tiene que dictar cada línea; pero, al
mismo tiempo, la suficiente libertad, ya que es imposible que en un año no le ocurran a uno
treinta ocasiones de poesía.
La ceguera no ha sido para mí una desdicha total, no se la debe ver de un modo patético.
Debe verse como un modo de vida: es uno de los estilos de vida de los hombres.Ser ciego
tiene sus ventajas. Yo le debo a la sombra algunos dones: le debo el anglosajón, mi escaso
conocimiento del islandés, el goce de tantas líneas, de tantos versos, de tantos poemas, y de
haber escrito otro libro, titulado con cierta falsedad, con cierta jactancia, Elogio de la sombra.
Universidad Autónoma de Chiapas